Como profesora de Historia, últimamente cuando explico el significado de la Revolución Francesa para occidente, siento que ya no creo lo que digo viendo lo que pasa a mi alrededor. Los domingos, por puro acto de masoquismo, leo en un diario de mi comunidad una crónica cutre y casposa firmada por un tal Josemi que encarna los más rancios valores de la "clase alta" (que lejos en el tiempo los versos de Alberti "Todo el pueblo que trabaja y al que los altos señores lo llaman la clase baja")
El susodicho conforma una mentalidad que induce al parasitismo, describiendo un mundo de fiesta, pompa y boatos, que rezuma desprecio por todos aquellos que no tienen "sangre azul", con un lenguaje propio de los tiempos pretéritos, por no hablar de su gorronería, nunca consta que él pague o invite, pero eso sí parece ser que es de "buena familia".
Sus artículos dominicales van haciendo mella en mi, tanto que comienzo a creer que vivimos en una época preroussoniana y que acabarán deteniéndome por proclamar que todos los hombres somos iguales. Con mis principios y mi fe en lo que explico tambaleándose, leo la noticia de la absolución de la duquesa de Alba por la Audiencia Nacional, revocando sentencia por injurias al Sindicato Obrero del Campo.
La absolución se basa en que fue "una reacción en cortocircuito" (¿cuántos presos lo son, por reacción de cortocircuito?) aunque admite que menoscaba la honra, crédito y honor. Visto lo visto, ya me estoy preparando para la sustitución del IVA e IRPF por los diezmos y alcabalas.
Publicado en El Pais digital 17 de octubre de 2007
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