Me pregunto si el instituto que rechazó a una niña por llevar hiyab, hubiera rechazado a la Madre Teresa de Calcuta con su sari cubriéndole la cabeza o a la princesa Rania de Jordania, asidua del papel cuché que se cubre incluso ante autoriedades institucionales y hasta lo vemos chic. Pero la niña, en primer lugar, es exiliada económica, lo que no le favorece.
En segundo lugar, pertenece a la religión y cultura musulmanas. Y si se apela a la excusa que el islam somete a las mujeres y el pañuelo es una manifestación de la sumisión, qué me dicen del parrafito cristiano de "he aquí la esclava del señor, hágase en mí según tu palabra" que se repite como un mantra. No creo que lo suscribiese Simone de Beauvoir. Por cierto Fátima Mernisi y Leila Ahmed son feministas desde el islam.
Y en tercer lugar, y lo peor de todo, es mujer. Los hombres no tienen ni imposiciones ni prohibiciones, pero a las mujeres en unos países se les obliga a una vestimenta y en otros, se la prohiben, como siempre, las víctimas de su cuerpo.
Lo curioso es que en ese rechazo al velo coinciden los que sueñan con un país y una sola religión y, por supuesto, con las escuelas llenas de crucifijos y, por otro, los partidarios de la dictadura del laicismo. Son el Estado y las instituciones las que tienen que ser laicas, no las personas.
No se puede mezclar todo y decir que en un país musulmán se nos obliga a las mujeres a cubrirnos.
Eso es falso. Ocurre en Irán, pero no en el Magreb, Turquía o Egipto. Afortunadamente, en Galicia no tenemos ese problema, porque toda la vida las mujeres llevaron su pañuelo. Hay que respetar más al otro. Ganas me dan de ponerme velo.
Publicada en El Pais, 3 de mayo de 2010
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