Cuando era niña, acostumbraba a pasar los veranos con mis primos en una casa cerca del mar. Cuando hacía mal tiempo, como no podáimos ir a la playa, pasábamos el día jugando a lo que entoncese se llamaba Palé, hoy Monopoly.
El juego terminaba cuando, ya atardeciendo, alguno acaparaba todo el dinero. Como ninguno de nosotros estábamos dispuestos a parar de jugar, entonces alguien apagaba la luz y todos a oscuras nos afanábamos por coger lo que podíamos del potentado ganador y así podíamos seguir jugando.
Este inocente juego lo tenía completamente olvidado. Pero no sé por qué esta maldita crisis me lo evocó. Ni edge funds, ni ninjas, ni burbujas, ni gaitas.
Los que siempre nos sangran, eso sí, de acuerdo con la legislación vigente, nos sacaron todo lo que nos podían sacar, por tanto, el dinero no puede fluir porque está concentrado en pocas manos. Esto explica por qué el mercado del superlujo no sufre la crisis.
Yo misma, por ejemplificar lo que está ocurriendo (por supuesto las entidades son totalmente imaginarias) le compré una casa a la constructora ACS, ella se embolsó parte de los salarios de toda mi vida, ABS compró Unión Penosa, lo que no me pudo sacar con la casa me lo saca ahora con consumo energético y si quiero variar de tipo de energía me cambio a Plas Natural que a su vez compró Unión Penosa y todos ellos cobrando no solo lo que deben sino lo que pueden.
Yo siempre creí que en el mundo iba a terminar existiendo una sola empresa y la humanidad trabajando de asalariada o subcontratada para ella, pero mira tú por dónde el juego acabó antes.
Todo el dinero en manos de unos pocos.
Solo que en la vida real no podemos apagar la luz y redistribuir el dinero para seguir jugando. Y el equivalente a apagar la luz en juego de infancia, en esta sociedad, ya sabemos lo que significaría.
Publicado en La Voz de Galicia 5 de mayo de 2009
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