Si mi marido fuese Montilla, como no me tengo por florero, probablemente acumularía unos trece cargos, más o menos.
Si mi marido fuese Kirchner, tal vez acabaría siendo presidenta, aunque tal y como soy, sin bótox.
Si mi marido fuese el dueño de un banco, a lo mejor lo acababa dirigiendo yo, porque valdría mucho. Si mi marido fuese un gran empresario, es casi seguro que presidiría su fundación.
En fin, si mi marido fuese un gan filántropo (eufemismo de poderoso), ya que el término quiere decir que reparte migajas, yo estaría siempre al lado de los pobres, sería muy sencilla, me nombrarían doctora honoris causa multitud de universidades y acumularía medallas y cruces del mérito, etcétera.
No sé como lo logran, pero una ley como la de paridad, aparentemente democratizadora, vuelve a favorecer a la casta instaurada en el poder.
Esta situación solo se arreglaría con una ley de paridad que vetase a los/las consortes, así tendríamos más boletos las mujeres de a pie (y créanme que las hay muy competentes) y se repartiría un poco más el poder, evitando esta maldita endogamia.
Publicada en La Voz de Galicia 17 de noviembre de 2009
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