Supongamos que el expresidente de Egipto hubiese muerto tan solo un mes antes de ser depuesto. Gran parte de los jefes de estado de la tierra acudirían al sepelio, habría luto nacional, las fotos que existían en las tiendas del país tendrían un lazo negro, el pueblo haría largas colas para darle el último adiós; las televisiones mostrarían imágenes de dolor de la gente corriente , periodistas y políticos se apresurarían a escribir y contar anécdotas que resaltasen su calidad humana, hubiese muerto en el seno de la Internacional Socialista y por supuesto desconoceríamos su tremendo capital acumulado, los rapsodas cantarían su logro de conseguir 30 años de paz y estabilidad social, aparecerían montones de artículos acerca del futuro incierto y peligroso que se abriría en el país ante la sucesión.
Ahora en cambio, se refiere todo el mundo a él como el dictador, probablemente le expropien el patrimonio y hasta puede ser juzgado. Es decir su pecado, no es lo que hizo, sino haber sido derrocado. De locos ¿no?
Publicado en La Voz de Galicia el 15 de febrero de 2011 y en El País 16 de febrero de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario