Cuando era niña una de las escenas cinematográficas que más me conmovieron, fue la de la película “La última noche del Titanic”, cuando el barco comienza a hundirse y no hay botes para todos los pasajeros, los de la primera clase prometen fortunas a la tripulación, entonces se cierran las rejas plegables que daban acceso a la tercera clase en donde se situaban los que no iban en viaje de placer ni de negocios, sino huyendo de la miseria y en busca de oportunidades. La realidad fue que la mayoría de pasajeros que se salvaron iban en primera. En el “Titanic” de Cameron, ese triste episodio se obvió, la obra era demasiado edulcorada para narrar la cruda realidad. Ahora esas imágenes han vuelto a mi mente al saber que en el Costa Concordia pasajeros rusos ofrecían talones a la tripulación, para ser salvados los primeros. Ser pobre perjudica tremendamente la salud.
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