Parece de sentido común que deba existir una cobertura sanitaria universal, que garantice asistencia y tratamiento para cualquier tipo de enfermedad a todo ciudadano que manifieste una dolencia y reclame atención. Este consenso básico resulta innegable, pero no está desprovisto de contradicciones. Todo el que puede huye de la pública, aunque esto suponga pagar dos o tres veces por lo mismo.
Afirma que parece de sentido común que exista una cobertura sanitaria y a mitad de su reflexión se acaba desmelenando como vermeos más adelante. En cuanto a afirmar que el que puede huye de la pública es falso, habría que recordar que incluso la mujer de Fraga se trató en el hospital público de a Coruña y no sería porque no pudiese elegir.
Supone que: quienes contratan un seguro privado, también pagan impuestos y cotizaciones. Por los tres conceptos se cree cubierto en su enfermedad, si bien suele emplear uno solo de los proveedores a su disposición. Aun así, la mayoría de quienes migran hacia la sanidad privada, mantienen la clara convicción de que una sociedad avanzada debe garantizar con el dinero de todos unos mínimos asistenciales, cuando no unos máximos. Da igual que al mismo tiempo se quejen por los impuestos que pagan, o por tener precisamente que huir hacia la sanidad o la educación privadas para recabar un servicio adecuado, temprano y eficaz ante sus dolencias.
Los que pagan un seguro privado, este señor lo omite, es porque pueden y quieren pagarlo , no todo el mundo puede permitírselo. Pero incluso éstos, cuando tienen algo importante, ya no hablemos de un trasplante van a la pública. El autor aprovecha de paso para tirar contra la educación pública.
Continúa: Existe un factor psicológico propio de nuestro tiempo que nos lleva a mantener estas posiciones morales e ideológicas, en gran medida contradictorias. Veamos brevemente en qué consiste dicho factor.
El culto a la salud es la otra cara del miedo a la muerte y el sufrimiento. En sociedades acostumbradas a la muerte temprana y el dolor físico o la penuria, garantizar al prójimo una sanidad plena no representa un imperativo moral o religioso. Si se trata de atender a alguien frente a su sufrimiento, si acaso apaciguarlo, siempre se hará bajo un principio de resignación ante el inevitable desenlace. La muerte es en estas sociedades precarias y pobres una circunstancia presente, cotidiana, que debe ser aceptada e incorporada en la rutina y la meditación personales. Darle agua al sediento, o pan al hambriento, son los grandes mandatos civiles y religiosos. Roma construyó su estado de bienestar sobre estos pilares, además del circo. En el caso judeo cristiano la muerte se atisba con esperanza en una vida transmundana y eterna en compañía de la divinidad.
¿Qué sucede cuando la vida se alarga, el ocio se convierte en un objetivo plausible, y el hedonismo adorna nuestro discurrir por este valle de lágrimas? ¿Qué sucede cuando el Dios transcendente deja de interesarnos y demandamos la presencia de un Dios secular, práctico, que nos proporcione seguridad, riqueza, placeres y nos evite el dolor y el padecimiento físico y psicológico? ¿Qué sucede si vivimos en un sueño de mundana eternidad? La respuesta es bien sencilla: la salud se convierte en una exigencia, y el acceso a la sanidad en un derecho que debe satisfacerse a costa y sobre cualquier otro.
Este señor afirma que al secularizar a Dios exigimos acceso a la sanidad, se carga todos los derechos sociales y constitucionales de un plumazo. Que pasa qué "el hedonismo" solo es posible para los que pueden ir a Houston, le niega el derecho a la salud a los económicamente débiles, no censura que se siga investigando para la curación de enfermedades pero critica que los que no tienen dinero deseen su curación y todo metiendo a Dios de por medio.
Lo anterior es la manifestación de un ethos miserable que confía en el poder sobrehumano del Estado, añade.
Ethos miserable es el de la banca, ¿para que está el estado sino para garantizar el bienestar de los administrados?
Finaliza diciendo, (leerlo, si quedan fuerzas): una suerte de comunitarismo que asegure la felicidad removiendo los males de este mundo, y traiga el cielo a la tierra sin precio ni condición. Miedo a la muerte, no aceptación de la realidad de la vida, ateología que Dalmacio Negro define perfectamente en El mito del hombre nuevo, cuya lectura recomiendo.
Quienes defienden a ultranza la sanidad pública, muy por encima de las razones económicas, que denuncian su falta de eficiencia y la insostenibilidad de cualquiera de sus versiones, sea más pura, o incluso mixta, se agarran a razones éticas. Estas no dejan de ser una manifestación del grave error intelectual de nuestros días, que construye una ética sobre la coacción y la indignidad del individuo, y no sobre la integridad del mismo, la autoposesión y los derechos de propiedad. Considerar que es ético garantizar prestaciones a todos a costa de coaccionar a algunos para que sean ellos quienes las sufraguen con carácter universal, es tan forzado como aferrarse al lugar común que certifica que resultaría imposible establecer en el mercado contratos que asegurasen incluso las enfermedades más largas y costosas. Es muy diferente considerar bueno y loable preocuparse por el prójimo y asistirle en sus necesidades, a que dicha conducta se convierta en un imperativo cuya vulneración acarree determinada pena o apremio personal y patrimonial. He ahí el error ético. La moral es voluntaria y sólo puede exigirse en un plano de igualdad sin que ninguno de los agentes esté legitimado para imponerla al resto. Los principios que se dicen éticos, sin embargo, son en realidad aquellos que vertebran el propio sistema de conducta en tanto conectan con los principios fundamentales de la propiedad, la dignidad y la integridad personal.
Quienes defienden la sanidad pública a ultranza, además de adolecer del vicio religioso comentado, y de confundir lo moral con lo ético, defendiendo un sistema coactivo que traslada al Derecho lo que pertenece al orbe moral, pecan también de otros terribles males. Descontando que quien sea beneficiario neto de las prestaciones defienda su mantenimiento, por su propio bien, aquellos que en un mercado libre disfrutarían de idénticos e incluso mejores servicios, y aún así, defienden la sanidad pública, son seres terriblemente arrogantes. Creen por un lado que en ausencia de coacción, muchos, incluso pudiendo, serían tan irresponsables como para no contratar coberturas completas o suficientes que les garantizasen una asistencia adecuada. Como presumen que la mayoría de sus conciudadanos son unos necios, luchan por mantener la servidumbre de todos como precio inevitable para alcanzar el bienestar común. Además de esto, son terriblemente misántropos, puesto que desconfían de los sentimientos morales del Hombre. Aun en el caso de que en una sociedad libre alguien quedase sin asistencia por falta de capacidad económica, no habría nada más humano y previsible que la simpatía por estos desfavorecidos, que serían destinatarios de la caridad de muchísimos otros. Clínicas gratuitas, parroquias, ongs, discriminación en la oferta por parte de profesionales y empresarios. Un sinfín de mecanismos e instituciones que impedirían, gracias a actos voluntarios (morales) que hubiera personas sin atención médica. Quienes defienden a ultranza la sanidad pública además de tener miedo, de adorar ciegamente a una divinidad mundana, de abogar por una sociedad basada en la violencia y la coacción, desprecian a sus prójimos creyéndoles estúpidos y despiadados.
Poco importan las razones económicas. Nunca las querrán entender. Tampoco las morales, puesto que viven en la confusión que les produce esta nueva religión horrible en la que han caído nuestras sociedades. Los defensores de lo público mantendrán sus posiciones a pesar de razones y evidencias. No hay más.
Afirma que parece de sentido común que exista una cobertura sanitaria y a mitad de su reflexión se acaba desmelenando como vermeos más adelante. En cuanto a afirmar que el que puede huye de la pública es falso, habría que recordar que incluso la mujer de Fraga se trató en el hospital público de a Coruña y no sería porque no pudiese elegir.
Supone que: quienes contratan un seguro privado, también pagan impuestos y cotizaciones. Por los tres conceptos se cree cubierto en su enfermedad, si bien suele emplear uno solo de los proveedores a su disposición. Aun así, la mayoría de quienes migran hacia la sanidad privada, mantienen la clara convicción de que una sociedad avanzada debe garantizar con el dinero de todos unos mínimos asistenciales, cuando no unos máximos. Da igual que al mismo tiempo se quejen por los impuestos que pagan, o por tener precisamente que huir hacia la sanidad o la educación privadas para recabar un servicio adecuado, temprano y eficaz ante sus dolencias.
Los que pagan un seguro privado, este señor lo omite, es porque pueden y quieren pagarlo , no todo el mundo puede permitírselo. Pero incluso éstos, cuando tienen algo importante, ya no hablemos de un trasplante van a la pública. El autor aprovecha de paso para tirar contra la educación pública.
Continúa: Existe un factor psicológico propio de nuestro tiempo que nos lleva a mantener estas posiciones morales e ideológicas, en gran medida contradictorias. Veamos brevemente en qué consiste dicho factor.
El culto a la salud es la otra cara del miedo a la muerte y el sufrimiento. En sociedades acostumbradas a la muerte temprana y el dolor físico o la penuria, garantizar al prójimo una sanidad plena no representa un imperativo moral o religioso. Si se trata de atender a alguien frente a su sufrimiento, si acaso apaciguarlo, siempre se hará bajo un principio de resignación ante el inevitable desenlace. La muerte es en estas sociedades precarias y pobres una circunstancia presente, cotidiana, que debe ser aceptada e incorporada en la rutina y la meditación personales. Darle agua al sediento, o pan al hambriento, son los grandes mandatos civiles y religiosos. Roma construyó su estado de bienestar sobre estos pilares, además del circo. En el caso judeo cristiano la muerte se atisba con esperanza en una vida transmundana y eterna en compañía de la divinidad.
¿Qué sucede cuando la vida se alarga, el ocio se convierte en un objetivo plausible, y el hedonismo adorna nuestro discurrir por este valle de lágrimas? ¿Qué sucede cuando el Dios transcendente deja de interesarnos y demandamos la presencia de un Dios secular, práctico, que nos proporcione seguridad, riqueza, placeres y nos evite el dolor y el padecimiento físico y psicológico? ¿Qué sucede si vivimos en un sueño de mundana eternidad? La respuesta es bien sencilla: la salud se convierte en una exigencia, y el acceso a la sanidad en un derecho que debe satisfacerse a costa y sobre cualquier otro.
Este señor afirma que al secularizar a Dios exigimos acceso a la sanidad, se carga todos los derechos sociales y constitucionales de un plumazo. Que pasa qué "el hedonismo" solo es posible para los que pueden ir a Houston, le niega el derecho a la salud a los económicamente débiles, no censura que se siga investigando para la curación de enfermedades pero critica que los que no tienen dinero deseen su curación y todo metiendo a Dios de por medio.
Lo anterior es la manifestación de un ethos miserable que confía en el poder sobrehumano del Estado, añade.
Ethos miserable es el de la banca, ¿para que está el estado sino para garantizar el bienestar de los administrados?
Finaliza diciendo, (leerlo, si quedan fuerzas): una suerte de comunitarismo que asegure la felicidad removiendo los males de este mundo, y traiga el cielo a la tierra sin precio ni condición. Miedo a la muerte, no aceptación de la realidad de la vida, ateología que Dalmacio Negro define perfectamente en El mito del hombre nuevo, cuya lectura recomiendo.
Quienes defienden a ultranza la sanidad pública, muy por encima de las razones económicas, que denuncian su falta de eficiencia y la insostenibilidad de cualquiera de sus versiones, sea más pura, o incluso mixta, se agarran a razones éticas. Estas no dejan de ser una manifestación del grave error intelectual de nuestros días, que construye una ética sobre la coacción y la indignidad del individuo, y no sobre la integridad del mismo, la autoposesión y los derechos de propiedad. Considerar que es ético garantizar prestaciones a todos a costa de coaccionar a algunos para que sean ellos quienes las sufraguen con carácter universal, es tan forzado como aferrarse al lugar común que certifica que resultaría imposible establecer en el mercado contratos que asegurasen incluso las enfermedades más largas y costosas. Es muy diferente considerar bueno y loable preocuparse por el prójimo y asistirle en sus necesidades, a que dicha conducta se convierta en un imperativo cuya vulneración acarree determinada pena o apremio personal y patrimonial. He ahí el error ético. La moral es voluntaria y sólo puede exigirse en un plano de igualdad sin que ninguno de los agentes esté legitimado para imponerla al resto. Los principios que se dicen éticos, sin embargo, son en realidad aquellos que vertebran el propio sistema de conducta en tanto conectan con los principios fundamentales de la propiedad, la dignidad y la integridad personal.
Quienes defienden la sanidad pública a ultranza, además de adolecer del vicio religioso comentado, y de confundir lo moral con lo ético, defendiendo un sistema coactivo que traslada al Derecho lo que pertenece al orbe moral, pecan también de otros terribles males. Descontando que quien sea beneficiario neto de las prestaciones defienda su mantenimiento, por su propio bien, aquellos que en un mercado libre disfrutarían de idénticos e incluso mejores servicios, y aún así, defienden la sanidad pública, son seres terriblemente arrogantes. Creen por un lado que en ausencia de coacción, muchos, incluso pudiendo, serían tan irresponsables como para no contratar coberturas completas o suficientes que les garantizasen una asistencia adecuada. Como presumen que la mayoría de sus conciudadanos son unos necios, luchan por mantener la servidumbre de todos como precio inevitable para alcanzar el bienestar común. Además de esto, son terriblemente misántropos, puesto que desconfían de los sentimientos morales del Hombre. Aun en el caso de que en una sociedad libre alguien quedase sin asistencia por falta de capacidad económica, no habría nada más humano y previsible que la simpatía por estos desfavorecidos, que serían destinatarios de la caridad de muchísimos otros. Clínicas gratuitas, parroquias, ongs, discriminación en la oferta por parte de profesionales y empresarios. Un sinfín de mecanismos e instituciones que impedirían, gracias a actos voluntarios (morales) que hubiera personas sin atención médica. Quienes defienden a ultranza la sanidad pública además de tener miedo, de adorar ciegamente a una divinidad mundana, de abogar por una sociedad basada en la violencia y la coacción, desprecian a sus prójimos creyéndoles estúpidos y despiadados.
Poco importan las razones económicas. Nunca las querrán entender. Tampoco las morales, puesto que viven en la confusión que les produce esta nueva religión horrible en la que han caído nuestras sociedades. Los defensores de lo público mantendrán sus posiciones a pesar de razones y evidencias. No hay más.
Los últimos párrafos, ya ni comentarlos, hablan por si mismos. Tan solo una apreciación: por qué no se pregunta Jcherran lo que se esconde detrás de la defensa a ultranza de la sanidad privada, la respuesta es fácil: beneficio puro y duro.
Artículo:
http://lalibertadylaley.wordpress.com/2012/06/20/que-se-esconde-detras-de-la-defensa-a-ultranza-de-la-sanidad-publica/
http://es.wikipedia.org/wiki/Dalmacio_Negro_Pav%C3%B3n
Querida amiga:
ResponderEliminarSi lees esos tochos absurdos por cuestión de trabajo...: estás mal pagada. Seguro.
Si lo lees como ejercicio de masoquismo...: ¡diana!.
Si los lees por divertimento, no te alabo el gusto.
Queda tanto por leer, que no merece la pena el tiempo que se pierde en descifrar el cinismo.
Duros tiempos estos, en que se intenta rebatir lo obvio.
Mi querido Anónimo.
EliminarNo leo esos tochos ni por trabajo, ni por masoquismo, ni por divertimento. Me entretiene procurar desentrañar "el sistema operativo" mental de cierta gente, conocer su funcionamiento en una palabra o no, más bien su no funcionamiento.
Tienes razón hay que rebatir lo obvio.
Saludos.
Lo que dice ese señor es más patético que indignante.
ResponderEliminarCierto Félix. Desde luego el razonamiento es chocante al menos, si se le puede llamar razonamiento.
EliminarAbrazos desde el otro lado del mundo y a 37º.